Vienna


Casi cualquier zona de Viena tiene como mínimo un café histórico (con sus pasteles de secretas recetas propias), un palacio imperial en el que Sisi puso sus regios pies, una sala de conciertos más o menos grande, un restaurante de comida tradicional lleno hasta la bandera, algún edificio Jugendstil y, por supuesto,  alguna casa en la que Strauss, Mozart o Hayden pasaron algo más de 3 minutos y claro, hay que convertirlo en museo (de verdad, son muy exagerados con eso).
El centro es el que más variedad ofrece pero también el más bullicioso y turístico, y resulta algo pesado, aunque tiene sus imprescindibles. Si vas a Viena, no puedes faltar a la cita para la merienda en el Café Sacher. Y si, la Sachertorte (o tarta Sacher), que hay que probar. El hotel Sacher, justo al lado, es imperialmente lujoso, y si uno no está alojado en el hotel, puede contentarse con entrar en el hall y sacar la cabeza en su living room. Sólo la cabeza y nada de fotos.


Justo al lado, la antigua Wilhelm Jungmann & Neffe supone un salto a lo más tradicional de la moda austríaca y sus indispensables complementos, es decir, paraguas, guantes y sombreros. Necesario para formarse una idea de dónde se encuentra uno.

La primera parada hay que hacerla aquí. No voy a decir que los tentempiés de Trzesniewski son en Viena lo que las tapas en el País Vasco, pero el formato sí que lo es (rebanadas de pan con algo encima, quiero decir). Si uno está acostumbrado a picar algo en la calle o de pie en la barra, es el sitio ideal. Se trata de un local tradicional, con tostadas cubiertas de sabrosas cremas: productos más bien humildes y sin estridencias en principio, aunque sorprendentes a veces, y el sitio sólo hace que valga la pena probar algunas de sus tapas de pimientos, pollo o cangrejo.

Salir al Graben (que vendría a ser la calle comercial de cualquier ciudad un poco grande) es entrar ya en el turisteo más puro. Se puede cruzar más o menos rápido, sólo es necesario detenerse un rato en Julius Meinl, una tienda gigantesca de espacialidades regionales – nacionales de todas partes. Muy muy recomendable para los curiosos (y para los amantes del packaging, imprescindible). De hecho, varias cadenas de supermercados en Austria etiquetan sus productos según la nacionalidad, que siempre es bien visible, lo que ayuda a conocer el más sobre el origen y potencia también la compra de productos nacionales.
En dirección a la plaza Am Hoff está otra tienda de especialidades que vale la pena ojear. Kameel no es muy variada en cuanto a productos, de hecho, sólo comercializan salsas, pastas, embutidos y algunas carnes y poco más de su propia marca, pero se pueden probar y su variedad es asombrosa. A sólo unos metros siguiendo calle arriba está ubicada la minúscula pastelería de la misma firma, con un bellísimo mobiliario.
Ya en la plaza, que no tiene mucho encanto, se encuentra una tienda que sí es especial. Se trata de un café – librería de temática culinaria. En Babette’s, sólo libros de cocina ocupan los estantes (preciosas estanterías tipo String de color nogal). Un espacio pequeño pero tranquilo en el interior de la tienda y una selección de tés  amplísima lo convierten en un sitio especial para pasar un rato ojeando libros sin prisas. Sólo un pequeño defecto común a otras librerías multitemáticas en Viena (y en general en todo el país) y es que es muy difícil encontrar publicaciones en inglés de cualquier tipo.
En dirección al Altes Rathaus, saliendo de la plaza por una estrecha calle, hay que parar en Hiddenkitchen para comer algo al momento o pedir un picnic para llevar. Sus platos son de temporada y ligeros. Preparan ensaladas, sopas, guisos vegetarianos y pasta cada día. Su horario, de 11h a 16h deja entrever que les preocupa servir bien fresco y cocinado casi al momento.
Otra opción para sentarse y disfrutar de una buena comida es el Café Korb, de los cincuenta, con desordenados asientos en polipiel roja e infinitos espejos que hacer parecer también infinito el comedor. Dispone de una terraza amplia y una carta aún más extensa con suculentos y enormes platos de comida típica, como el estofado de ternera (Tafelspitz) o la sopa gulasch. Buena comida, nada ligera.
Duft und Kultur es una tienda sorprendente de principio a fin. Al entrar, puede parecer una tienda de productos manufacturados de diseñadores locales: serigrafías sobre ropa para el hogar, cuero, bolsos y jabones y perfumes naturales, pero a medida que se adentra uno en ella descubre sus secciones dedicadas a China, Marruecos o Turquía, entre otros, con pequeños muebles, una vastísima selección de tés, toallas, objetos de orfebrería y madera de los rincones más recónditos del planeta.
En la misma calle, animadas terracitas de cafés y pequeños restaurantes alegran el paseo. Una floristería en la esquina pone especial cuidado en su presentación y convierten ese trocito de calle en un lugar realmente agradable.
A solo unos pasos de allí, está Hoher Markt en dónde sin duda hay que ir a ver su reloj- carrillón, algo muy tradicional en Austria. Aunque resulta una plaza mercado algo tumultuosa debido al tráfico y la gran cantidad de coches aparcados, hay sitios en los que curiosear vale la pena: la ferretería K&K Hoflieferant y la papelería Oswald Steiner & Comp harán las delicias de cualquiera al que le guste curiosear.
Un sitio típico para cenar (y típico significa que puede uno hacer algo más de una hora de cola) es el Figlmüeller. Se ha ganado su fama, gracias al Wiener Schnitzel, un plato típico austríaco que, aunque podría no parecer más que una escalopa de ternera, sus dimensiones, ligero rebozado y sobre todo su finísima y tierna carne, lo convierten en una sencilla pero deliciosa cena. Los deben servir a centenares cada noche, a juzgar por las larguísima cola que se forma en cuestión de minutos en la calle, cuando se acerca la hora de cenar. Para saltársela, lo mejor es reservar con antelación (el espacio es muy pequeño) si no se quiere terminar compartiendo la mesa con otros visitantes.
Otro de los imprescindibles cafés en Viena es el Café Central, para aquellos que quieran respirar el ambiente favorito de personajes como Adolf Loos y disfrutar de música en vivo (a partir de las 19h), tomando algo dulce o comiendo. Cierran tarde, de modo que es una opción a última hora.
Antes de salir del centro, ya al borde del Ring, se encuentra la histórica Tostmann Traschen, una tienda de vestidos tradicionales austríacos para hombres, mujeres y niños que aquí aún se llevan con total normalidad los días festivos. Algo más estrafalarias, pero de visita obligada, son las cercanas Kaufhaus Schiepek y Shipping. La primera, absolutamente cubierta de los más extraños objetos de bisutería colorista. La segunda, llena de objetos increíbles y divertidos que bien puede sustituir a cualquier souvenir.
Los mercados en Viena son obligatorios. Ya sea para ver sus paradas de flores, verduras, pasteles y panes o para tomar y picar algo. Rodeados de restaurantes y pequeños bares, son espacios bulliciosos y en extremo transitados. Cada uno de ellos es particular y tiene su papel en la agenda de la ciudad. Sin duda el más concurrido es Naschmarkt, una larguísima vía llena de kioscos de verduras frescas, comida preparada y bares abiertos a la calle, donde comer sándwiches, comida asiática y hasta marisco. Es una buena idea tomar ahí algo ligero (para eso, Neni es una buena opción) para quedarse en la zona y perderse un poco. Los sábados, además, se unen al mercado los puestos del Flea Market, para delicia de los amantes de lo vintage.
Cercano al mercado, en una callejuela lateral se encuentra Fruth, una pastelería bastante espartana en su presentación, pero perfecta para hacerse con buenos dulces tradicionales de frutas y chocolate hechos a mano. Casi en frente, Anna Stein tiene una tienda encantadora. Papelería, productos handmade e industriales de diseño, con algunas firmas poco conocidas a veces, pero que vale la pena empezar a descubrir.
Otro de los mercados más apetecibles es Karmelitenmarkt que se ha puesto de moda en los últimos tiempos y reúne bares, floristerías y fruterías en la plaza central y animados restaurantes a su alrededor. Skopic & Lohn es un sencillo restaurante de variado menú y platos contundentes que puede bien servir para descansar un rato, cerca del mercado.
Al MuseumsQuartier hay que dedicarle bastante tiempo. Por  supuesto están los museos, pero es su plaza central la que congrega a centenares de jóvenes y mayores tomando algo, charlando y entrando y saliendo de las exposiciones. Un lugar de encuentro en el que es fácil sentirse cómodo. Hay una tienda bajo los porches, MQ Ponit, algo así como la tienda oficial del sitio en que se pueden encontrar todos curiosos objetos de diseño y por supuesto los souvenirs oficiales de los museos. Todo en uno.
Alrededor han abierto innumerables tiendas de tendencias en diseño y vale la pena buscar y perderse. En el Café Das Möbel puede uno tomar café, claro (y de nuevo pasteles), aunque también puede sentarse y probar las mesas, sillas, bancos, estanterías y lámparas que componen el lugar y están ¡a la venta!
Detrás del edificio de la Secession se encuentra un amplio barrio no muy turístico y bastante tranquilo. El Café Sperl, situado en una apacible placita triangular, es un buen punto de partida para empezar. Sus completos desayunos son un buen reclamo, pero lo que realmente es bueno es su interior histórico con paredes amarillentas algo desconchadas, sillas Thonet, su madera gastada y sus sofás raídos.
Cerca de allí, se encuentra Das Möbel, la tienda de muebles de autor que abrió su propia tienda – café cerca de MuseumsQuartier. En Wittmann, ya de bastante más presupuesto, fabrican clásicos del diseño a mano y por encargo, pero su showroom es de museo.

Aún teniendo tantas opciones para comer y cenar, hay que reservar un hueco para el manjar austríaco más socorrido, algo así como el fast food vienés, que se encuentra en los kioscos en cualquier esquina. Las salchichas rellenas de queso o cualquier otra modalidad servidas con pan ácimo o baguette, con mostaza o pepinillos, es una comida buena, rápida y económica. Los kioscos de Bitzinger son una buena opción y se encuentran por toda la ciudad.
Hay muchas zonas en Viena a las que ir a relajarse; decenas de parques y jardines perfectamente equipados para tomar un picnic, sentarse y ver o, con algo de suerte, escuchar algún concierto. Hay dos zonas que no se puede uno perder para nada y aunque quedan algo alejadas, están bien conectadas. El Prater es donde se encuentra la famosa Noria, la de El Tercer Hombre. Es un parque de atracciones clásico, con su entrada monumental y su aspecto de circo, es un sitio para divertirse con un montón de atracciones. Pasada la bulliciosa zona de recreo, quedan aún cientos de metros cuadrados de jardines arbolados y caminos para pasear, sentarse o practicar deporte. Las vistas desde la cima de la noria (con algunas cabinas restaurante), permite hacerse una idea de lo inmenso y apacible del lugar.
Al otro lado del Danubio, el Alto Donau, con su Donauturm, algo así como una torre vigía de 252 metros de altura, dispone también de zonas de césped y arboledas e incluso un pequeño tren por raíles, pero su atractivo está en las pequeñas playas y bares en la orilla  del Danubio. Perfecto para disfrutar un rato tranquilo al sol. A los que les gustan las alturas, les apetecerá seguro subir (en ascensor) a la torre, sonde hay un mirador y también un restaurante giratorio, que aunque no es una maravilla, permite una vista impresionante de la ciudad desde todos los ángulos.
Los apasionados de los animales, entre los que me cuento, no se podrán resistir al Tiergarten en Schönburnn, el zoo más antiguo de Europa. Se trata de instalaciones modernas y bien equipadas: no es un zoo enorme, pero es muy agradable. En el centro, en el Kaiser Paviliion se puede tomar algo o incluso comer cómodamente en su terraza justo al lado de jirafas y osos pandas. Lejos de ser un zoo urbano familiar y anodino, la visita a Schönburnn ofrece otras posibilidades que ayudarán a convencer a cualquier acompañante reacio a ver bestias. El laberinto y la subida a la glorieta ayudan a comprender como de importante son aquí el orden y la perspectiva de los jardines: nada que ver con la acumulación de verde, solitarios bancos y alguna papelera y sí en completa harmonía (casi obsesiva pasión) con el paisaje.
Un sitio fantástico para alojarse es el Hotel Daniel. Está algo alejado del centro aunque bien comunicado, pero vale la pena su minúscula tiendecita y su amplio comedor. Smart Luxury es su lema y su forma de hacer.



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